…Al amanecer, Juan Gaviota estaba practicando de nuevo.
Desde dos mil metros los pesqueros eran puntos sobre el
agua plana y azul, la
Bandada de la Comida una débil nube
de insignificantes motitas en circulación.
Estaba vivo, y temblaba ligeramente de gozo, orgulloso de
que su miedo estuviera bajo control. Entonces, sin
ceremonias, encogió sus
antealas, extendió los cortos y
angulosos extremos, y se precipitó directamente
hacia el
mar. Al pasar los dos mil metros, logró la velocidad
máxima, el viento
era una sólida y palpitante pared sonora
contra la cual no podía avanzar con
más rapidez. Ahora
volaba recto hacia abajo a trescientos veinte kilómetros por
hora. Tragó saliva, comprendiendo que se haría trizas si sus
alas llegaban a
desdoblarse a esa velocidad, y se
despedazaría en un millón de partículas de
gaviota. Pero la
velocidad era poder, y la velocidad era gozo, y la velocidad
era pura belleza.
Empezó su salida del picado a trescientos metros, los
extremos de las alas batidos y borrosos en ese gigantesco
viento, y justamente
en su camino, el barco y la multitud
de gaviotas se desenfocaban y crecían con
la rapidez de una
cometa.
No pudo parar; no sabía aún ni cómo girar a esa velocidad.
Una colisión sería la muerte instantánea.
Así es que cerró los ojos.
Sucedió entonces que esa mañana, justo después del
amanecer,
Juan Salvador Gaviota se disparó directamente
en medio de la Bandada de la Comida
marcando trescientos
dieciocho kilómetros por hora, los ojos cerrados y en
medio
de un rugido de viento y plumas. La Gaviota de la
Providencia le sonrió
por esta vez, y nadie resultó muerto.
Cuando al fin apuntó su pico hacia el cielo azul, aun
zumbaba
a doscientos cuarenta kilómetros por hora. Al
reducir a treinta y extender sus
alas otra vez, el pesquero
era una miga en el mar, mil metros más abajo.
Sólo pensó en el triunfo, ¡La velocidad máxima! ¡Una
gaviota
a trescientos veinte kilómetros por hora! Era un
descubrimiento, el momento más
grande y singular en la
historia de la Bandada, y en ese momento una nueva
época
se abrió para Juan Salvador Gaviota. Voló hasta su solitaria
área de
prácticas, y doblando sus alas para un picado desde
tres mil metros, se puso a
trabajar en seguida para
descubrir la forma de girar.
Se dio cuenta de que al mover una sola pluma del extremo
de
su ala una fracción de centímetro, causaba una curva
suave y extensa a tremenda
velocidad. Antes de haberlo
aprendido, sin embargo, vio que cuando movía más de
una
pluma a esa velocidad, giraba como una bala de rifle... y
así fue Juan la
primera gaviota de este mundo en realizar
acrobacias aéreas.
No perdió tiempo ese día en charlar con las otras gaviotas,
sino que siguió volando hasta después de la puesta del Sol.
Descubrió el rizo,
el balance lento, el balance en punta, la
barrena invertida, el medio rizo
invertido.
Cuando Juan volvió a la Bandada ya en la playa, era
totalmente de noche. Estaba mareado y rendido. No
obstante, y no sin
satisfacción, hizo un rizo para aterrizar y
un tonel rápido justo antes de
tocar tierra. Cuando sepan,
pensó, lo del Descubrimiento, se pondrán locos de
alegría.
¡Cuánto mayor sentido tiene ahora la vida! ¡En lugar de
nuestro lento
y pesado ir y venir a los pesqueros, hay una
razón para vivir! Podremos
alzarnos sobre nuestra
ignorancia, podremos descubrirnos como criaturas de
perfección, inteligencia y habilidad. ¡Podremos ser libres!
¡Podremos aprender
a volar!...
Richard Bach (Juan Salvador Gaviota)