Qué
bonito el ajedrez...
Qué
espejo el ajedrez,
qué
imagen de lo que es
el
juego por el dominio
que
todavía nos define.
¡Hay
que ver!
Dudo
qué fue primero
si
este reino enloquecido
o
el juego del ajedrez...
El
caso es que
siempre
hay dos bandos (por lo menos)
disputándose
el poder.
O
sea: la Pancracia...
vosotros
ya me entendéis...
Y,
si no, a ver:
el
rey
(o
el presidente del gobierno
o
el jefe del soviet
o
el generalísimo de los ejércitos...
o
el Gran Timonel)...
La
reina,
que
déjala correr:
cómo
se mueve por el tablero
o
reino o territorio
o
convento
o
cuartel...
Las
torres, ah, las torres...
¿Os
acordáis de aquel pueblo,
el
de las Altas Torres?
Altas
son todas las torres
o
cúpulas o campanarios...
Las
Alturas, ya sabéis...
Bueno:
y los caballos...
Pues
menudo papel
el
de los caballos en la lucha
por
el poder... O el de los barcos
o
el de los tanques
o
vete tú a saber...
(«los
medios»).
Y
los estilizados alfiles
infiltrándose
por doquier...
Y
los peones... Ah, los peones...
La
tropa, ya sabéis,
los
primeros sacrificados,
abriendo
frente, cayendo
para
que el rey
mantenga
su poder...
O
el presidente de la República...
¡La
Pancracia
es
un carrusel!
Aún
no sé
cómo
el inventor de este juego
no
contó con la variante
del
presidente de la República...
¡Un
ajedrez republicano!
¿O
es que los republicanos
no
luchan por el poder?
Y,
hala:
jaque
va, jaque viene
¡lo
que hay que ver!
Y
van cayendo prisioneros,
van
recogiéndose los muertos,
piezas
fuera del tablero,
fuera
de juego...
Hasta
lograr que, por fin,
llegue
la clave: ¡el jaque mate!
y
la conquista del poder.
¡El
jaque mate!
(¡Qué
invento!
Con
sus preciosas variantes.)
Y,
hala:
hasta
la próxima partida,
hasta
la próxima vez...
Y
a gozar la victoria,
los
himnos, las banderas,
los
desfiles, ya sabéis...
y
a honrar a aquellos
que
cayeron para lograr
barrer
del tablero,
de
la vida, del mundo,
al
otro, al enemigo,
al
que le disputaba,
hay
que ver,
el
dominio...
(¡Y
encima le hacen un monumento
al
peón desconocido!)
¿Y
os habéis
fijado
en esa forma
de
zulo, de prisión, de trampa
de
las casillas del tablero?
Pero
ahora que pienso:
a
esto
cómo
le llamo ajedrez poético...
¿Qué
tiene de poético
la
lucha por el dominio,
el
juego por el dominio,
el
ajedrez?
¡El
Concierto de Ajedrez!...
(Si
me leyera Joaquín Rodrigo,
tan
poético él...)
Comprendo,
lo comprendo:
he
de cambiar el título
del
poema, del manifiesto
(porque
toda LIZANIA
es
un manifiesto...).
Ya
sé:
lo
voy a llamar
el
ajedrez político,
del
mundo real político
del
que es copia y reflejo.
Y,
claro, vamos a ver:
así,
de partida en partida,
de
jaque en jaque,
de
un reino a otro reino,
cuándo
podremos ser
únicos
y compañeros.
Nada
de ajedrez,
nada
de tableros
ni
peones ni torres
ni
reinas ni rey
ni
alfiles ni caballos...
todos
compañeros.
Y
acabemos de una vez
con
este juego de dominio.
Y
es que, además, cuidado:
el
blanco y el negro,
las
blancas y las negras...
ya
sabéis: esos nombres,
que
si los malos y los buenos,
que
si las derechas y las izquierdas,
que
si los fieles y los infieles,
que
si el enemigo o los nuestros...
¡Mi
madre! ¡Qué tablero!
Ah,
y el cielo y el infierno... O sea:
la
locura de la Razón
no
tiene remedio...
Y
el cuerpo
prisionero
del «alma»
y
el «alma» prisionera
del
cuerpo.
Y
todos convertidos
en
fragmentos
de
la red del dominio.
«Lo
social», ¡el Tablero!
El
ajedrez humano
también
es un invento...
Lo
inventó la Razón.
Qué
ridícula la lucha por el poder
en
las otras especies...
¿Para
esto?
Y
venga dominantes y dominados
y
venga la ruleta,
el
juego
de
la locura. Eso sí:
un
juego estético,
retórico
y simbólico
y
mitológico.
El
ajedrez:
qué
poemo...
(El
ingenioso libertario Lizanote de la Acracia o la conquista de la inocencia)