"Amelia"
La La La Human Steps
Choreography por Édouard Lock
Suponiendo que la verdad sea una mujer -, ¿cómo?, ¿no
está
justificada la sospecha de que todos los filósofos, en
la medida en que han
sido dogmáticos, han entendido
poco de mujeres?, ¿de que la estremecedora
seriedad, la
torpe insistencia con que hasta ahora han solido acercarse
a la
verdad eran medios inhábiles e ineptos para
conquistar los favores precisamente
de una mujer? Lo
cierto es que ella no se ha dejado conquistar: - y hoy toda
especie de dogmática está ahí en pie, con una actitud de
aflicción y desánimo.
¡Si es que en absoluto permanece en
pie! Pues burlones hay que afirma que ha
caído, que toda
dogmática yace por el suelo, más aún, que toda
dogmática se
encuentra en las últimas. Hablando en serio,
hay buenas razones que abonan la
esperanza de que todo
dogmatiza en filosofía, aunque se haya presentado como
algo muy solemne, muy definitivo y válido, acaso no haya
sido más que una noble
puerilidad y cosa de principiantes;
y tal vez esté muy cercano el tiempo en que
se
comprenderá cada vez más qué es lo que propiamente ha
bastado para poner la
primera piedra de esos sublimes e
incondicionales edificios de filósofos que
los dogmáticos
han venido levantando hasta ahora, - una superstición
popular
cualquiera procedente de una época inmemorial
(como la superstición del alma,
la cual, en cuantos
superstición del sujeto y superstición del yo, aún hoy no
ha dejado de causar daño), acaso un juego cualquiera de
palabras, una seducción
de parte de la gramática o una
temeraria generalización de hechos muy
reducidos, muy
personales, muy humanos, demasiado humanos. La
filosofía de los
dogmáticos ha sido, esperémoslo, tan sólo
un hacer promesas durante milenios:
como lo fue, en una
época más antigua aún, la astrología, en cuyo servicio es
posible que se haya invertido más trabajo, dinero,
perspicacia, paciencia que
los invertidos hasta ahora a
favor de cualquiera de las verdaderas ciencias: -
a ella y a
sus pretensiones “sobrenaturales” se debe en Asia y en
Egipto el
estilo grandioso de la arquitectura. Parece que
todas las cosas grandes, para
inscribirse en el corazón de
la humanidad con sus exigencias eternas, tienen
que vagar
antes sobre la tierra cual monstruosas y tremebundas
figuras
grotescas; un de esas figuras grotescas fue la
filosofía dogmática, por ejemplo
la doctrina del Vedanta
en Asia y en Europa el platonismo. No seamos ingratos
con
ellas, aunque también tengamos que admitir que el peor,
el más duradero y
peligroso de todos los errores ha sido
hasta ahora un error de dogmáticos, a
sabe, a la
invención por Platón del espíritu puro y de bien en sí. Sin
embargo,
ahora que ese error ha sido superado, ahora
que Europa respira aliviada de su
pesadilla y que al menos
le es lícito disfrutar un mejor - sueño, somos
nosotros,
cuya tarea es el estar despiertos, los herederos de toda la
fuerza
que la lucha contra ese error ha desarrollado y
hecho crecer. En todo caso,
hablar del espíritu y del bien
como lo hizo Platón significaría poner la verdad
cabeza
abajo y negar el perspectivismo, el cual es condición
fundamental de
toda vida; más aún, en cuanto médicos
nos es lícito preguntar: “¿de dónde
procede esa
enfermedad que aparece en la
más bella planta de la
Antigüedad, en Platón? ¿es que la corrompió el malvado
Sócrates?, ¿habría sido Sócrates, por tanto, el corruptor
de la juventud?, ¿y
habría merecido su cicuta?” - Pero la
lucha contra Platón o, para decirlo de
una manera más
inteligible para el “pueblo”, la lucha contra la opresión
cristiano-eclesiástica durante siglos -pues el cristianismo
es platonismo para
el “pueblo”- ha creado en Europa una
magnifica tensión del espíritu, cual no la
había habido
antes en la tierra: con un arco tan tenso nosotros
podemos tomar
ahora como blanco las metas más lejanas.
Es cierto que el hombre europeo siente
es tensión como
un estado penoso; y ya por dos veces se ha hecho, con
gran
estilo, el intento de aflojar el arco, la primera, por
el jesuitismo, y la
segunda, por la ilustración democrática:
- ¡a la cual le fue dado de hecho
conseguir con ayuda de
la libertad de prensa y de la lectura de los periódicos,
que
el espíritu no se sintiese ya tan fácilmente a sí mismo
como “penosidad”!
(Los alemanes inventaros la pólvora -
¡todos mis respetos por ello!, pero
volvieron a repáralo-,
inventaron la prensa.) Mas nosotros que no somos ni
jesuitas, ni demócratas, y ni siquiera suficientemente
alemanes; nosotros los
buenos europeos, y espíritus libres,
muy libres - ¡nosotros la tenemos todavía,
tenemos la
penosidad toda del espíritu y la entera tensión de su arco!
Y acaso
también la flecha, la tarea y, ¿quién sabe?,
incluso el blanco...