La ventana de mis ojos

Espacio de una memoria desajustada.


21 mayo, 2014

¿Qué estás haciendo aquí tan tarde?





     Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que 
también pueden servir para la salvación. He aquí la 
prueba:

      Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó 
sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la 
nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era 
ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo 
mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las 
sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo 
traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría 
hecho saltar prisiones mas fuertes que mástiles y 
cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna 
vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por 
completo en aquel puñado de cera y en el manojo de 
cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas,
navegó en pos de las sirenas con inocente alegría. 

      Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho 
más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en 
realidad, pero es probable que alguien se hubiera 
salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su 
silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse 
a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias 
fuerzas. 

      En efecto, las terribles seductoras no cantaron 
cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel 
enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el 
espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien 
sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda 
canción.

      Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el 
silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que 
sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vio primero las 
curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos 
llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que 
todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de 
él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las 
sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y 
precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no 
supo mas acerca de ellas.

      Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se 
contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al 
viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no 
pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un 
momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

     Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían 
desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y 
Ulises escapó.

      La tradición añade un comentario a la historia. Se 
dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso 
los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su 
fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la 
mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las 
sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y 
para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

Franz Kafka   (El silencio de las sirenas)
















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