Esa es tu pena.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir
si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los
amaneceres que no vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós
de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los
ángeles.
Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una
lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en
reina del reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia
de una llama
y se retrae como ciertas flores si las roza cualquier sombra
extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre ni al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda
maleza en vez de olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible
cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel
entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso
prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre,
no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada
del naufragio,
sepúltala en tu pecho hasta el final,
hasta la empuñadura.”
Olga Orozco (Del libro En el revés del cielo)
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