La ventana de mis ojos

Espacio de una memoria desajustada.


23 noviembre, 2013

Su punto de vista ... cayó a la mar





Como era pigmeo y amarillo y de facciones agradables

y como era listo y no estaba dispuesto a ser torturado

en un campo de trabajo o en una celda acolchada

me metieron en el interior de este platillo volante

y me dijeron vuela y encuentra tu destino. ¿Pero qué

destino iba a encontrar? La maldita nave parecía

el holandés errante por los cielos del mundo, como si

huir quisiera de mi minusvalía, de mi singular

esqueleto: un escupitajo en la cara de la Religión,

un hachazo de seda en la espalda de la Felicidad,

sustento de la Moral y de la Ética, la escapada hacia adelante

de mis hermanos verdugos y de mis hermanos desconocidos.

Todos finalmente humanos y curiosos, todos huérfanos y

jugadores ciegos en el borde del abismo. Pero todo eso

en el platillo volador no podía sino serme indiferente.

O lejano. O secundario. La mayor virtud de mi traidora especie

es el valor, tal vez la única real, palpable hasta las lágrimas

y los adioses. Y valor era lo que yo demandaba encerrado en

el platillo, asombrando a los labradores y a los borrachos

tirados en las acequias. Valor invocaba mientras la maldita nave

rielaba por guetos y parques que para un paseante

serían enormes, pero que para mí sólo eran tatuajes sin sentido,

palabras magnéticas e indescifrables, apenas un gesto

insinuado bajo el manto de nutrias del planeta.

¿Es que me había convertido en Stefan Zweig y veía avanzar

a mi suicida? Respecto a esto la frialdad de la nave

era incontrovertible, sin embargo a veces soñaba

con un país cálido, una terraza y un amor fiel y desesperado.

Las lágrimas que luego derramaba permanecían en la superficie

del platillo durante días, testimonio no de mi dolor, sino de

una suerte de poesía exaltada que cada vez más a menudo

apretaba mi pecho, mis sienes y caderas. Una terraza,

un país cálido y un amor de grandes ojos fieles

avanzando lentamente a través del sueño, mientras la nave

dejaba estelas de fuego en la ignorancia de mis hermanos

y en su inocencia. Y una bola de luz éramos el platillo y yo

en las retinas de los pobres campesinos, una imagen perecedera

que no diría jamás lo suficiente acerca de mi anhelo

ni del misterio que era el principio y el final

de aquel incomprensible artefacto. Así hasta la

conclusión de mis días, sometido al arbitrio de los vientos,

soñando a veces que el platillo se estrellaba en una serranía

de América y mi cadáver casi sin mácula surgía

para ofrecerse al ojo de viejos montañeses e historiadores:

Un huevo en un nido de hierros retorcidos. Soñando

que el platillo y yo habíamos concluido la danza peripatética,

nuestra pobre crítica de la Realidad, en una colisión indolora

y anónima en alguno de los desiertos del planeta. Muerte

que no me traía el descanso, pues tras corromperse mi carne

aún seguía soñando.



Roberto Bolaño (Mi vida en los tubos de supervivencia)





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